LA LUZ


Dana habitaba en una oscura y fría cueva, la única que había conocido, la misma donde habían morado su madre, su abuela, su bisabuela…
Dana sabía que probablemente habría algo bueno fuera pero, por miedo o comodidad, no se atrevía a salir.
Un día oyó un enorme griterío, cascos de caballos, pero sobre todo lo que le llamó la atención fue la luz. Aquella pequeña luz la instaba a salir y conocer. Así fue como encontró a Asad. Asad era fuerte, atrevido, osado. Dana se sintió protegida por Asad. Se sentía segura, confiada, sin peligro. Pero al anochecer, cuando llegaron fieros animales, Asad partió apresuradamente. Dana sintió una enorme indefensión y volvió a su refugio.

Un día oyó una música alegre, cantos y risas, pero sobre todo lo que le llamó la atención fue la luz. Aquella pequeña luz la instaba a salir y conocer. Así fue como encontró a Bahiig. Bahiig era amoroso, cariñoso, afectuoso. Dana se sintió unida a Bahiig. Se sentía arropada, acompañada, querida. Pero al anochecer, cuando acabó el festejo, Bahiig partió apresuradamente. Dana sintió una enorme soledad y volvió a su refugio.

Un día oyó una música tranquila, armoniosa, susurros y poesía, pero sobre todo lo que le llamó la atención fue la luz. Aquella pequeña luz la instaba a salir y conocer. Así fue como encontró a Alim. Alim era instruido, inteligente, sabio. Alim parecía conocer las respuestas de todas las preguntas, parecía conocer la solución a todos los problemas. Pero entonces Dana le preguntó y Alim partió apresuradamente.

Cuando Dana se quedó sola, sintió una gran oscuridad y un miedo intenso y se precipitó hacia su cueva. Entonces tropezó y se cayó. De repente algo muy hondo en ella se quebró, Dana estaba muy asustada pero no pudo evitar mirar, y al hacerlo se deslumbró.

Entonces Dana durmió, durmió y durmió.

Cuando se despertó Dana contempló por última vez la oscura y fría cueva que había habitado durante años. La cavidad subterránea que una vez había acogido a sus familiares, sólo se sustentaba hoy por los escasos andamios que ella había ido colocando.

Dana sonrío casi con ternura a todo lo pasado, a todo en lo que una vez se había refugiado. Entonces serena y confiada echó a caminar.

Nunca miró atrás.

Cuando empezaba a anochecer, por el camino, se podía divisar una luz, una luz resplandeciente. Era la luz de Dana, luz que tiempo atrás, sólo fue reflejo en los otros.


Autora: Raquel Valdazo. Psicóloga colegiada M-22413

4 comentarios:

  1. Muy bueb escrito, claro, entendible y lo mejor de todo original en todas sus líneas. Es un cuento maestro, felicidades.

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    1. Muchas gracias Rubén. Da gusto leer comentarios como el tuyo.

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  2. Carmen, Me alegro que te guste. Gracias a ti.

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