EL ASCENSO


Donde Taisir nació, las casas y las calles eran tan estrechas que todos andaban de lado.
La pequeña aldea estaba tallada en la inhóspita roca de la base de enormes montañas escarpadas, donde apenas llegaba el sol. En la aldea hacía frío, pero los habitantes siempre estaban juntos. Apenas había luz, pero se reconocían por los pasos y la voz. Apenas había espacio, pero aún incómodos, estaban acostumbrados.

Taisir se había cansado de preguntar a los más ancianos, por qué no buscaban otro lugar mejor donde vivir. Pero nadie pensaba que eso fuese posible, ni nadie conocía tampoco de alguien que, tan siquiera lo hubiera intentado.

Así un día Taisir y cuatro amigos suyos decidieron ascender por el único camino de entrada y salida a la aldea. El primer tramo era muy escarpado y vertical. Tuvieron que arrastrarse y escalar como pudieron. Uno de ellos desistió, él sólo podía caminar de lado, se despidió y marchó.

Cuando acabó la gruta, Taisir y sus tres amigos se sentían contentos. Después de ese tramo se abría el espacio y había mucha luz. Todo estaba lleno de rocas grandes y el único camino parecía seguir ascendiendo.
Algunos caminaban ya de frente, otros de lado, las rocas no se acababan nunca. Uno de ellos desistió, se despidió y marchó, caminando de lado.

Pero las rocas se acabaron. Taisir y sus dos amigos se sentían alegres. Habían aprendido a caminar de frente. Y comenzó un sendero en sentido ascendente.
Según subían, la luz era más radiante. Una mañana, cuando les inundó la luz, uno de ellos desistió, sus ojos acabarían dañados. Se despidió y marchó.

Cuando acabó el ascenso Taisir y su amigo se sentían satisfechos. Se habían acostumbrado a la luz y se regalaban a sus ojos paisajes y animales nunca vistos. Desde casi la cumbre podían ver las sombras que las montañas proyectaban sobre su pequeña aldea, tan oscura, tan estrecha, tan fría.

Entonces llegó la noche y también vino el frío. Aunque estaban juntos para darse calor, el amigo de Taisir desistió, pues echaba de menos el calor de las personas en su aldea. Se despidió y marchó.

Taisir miraba con tristeza el descenso de su último amigo. Y allí mismo, en el abrazo a su soledad, le sorprendió la felicidad.

Autora: Raquel Valdazo. Psicóloga ámbito clínico. 
Colegiada M-22413. Email: rvaldazo@cop.es; Tfno.: 633311168.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja aquí tus comentarios, sugerencias,...